Siempre me llamaba para darme las últimas novedades de su idea/proyecto, compartido con sus camaradas de la Liga Naval Argentina, entidad que lo tuvo entre sus filas hasta el final.

Soñaba con un puerto que sirviera para promover el deporte náutico, para que los barcos de menor calado pudieran tocar tierra en Pinamar, para que el turismo se viera fortalecido con esta iniciativa. Pero, como dice el dicho, siempre faltaba cinco para el peso. En todo caso muchos, miles, millones de pesos. Era inviable para financiarlo, pero él soñaba que con las nuevas tecnologías llegaría el día en donde la ciudad tendría su coqueto puerto.

También participó en varias instituciones intermedias. Integró la comisión directiva de la Asociación Bomberos Voluntarios de Pinamar, estuvo en la Sociedad Italiana, fue presidente de la Biblioteca Popular Manuel Belgrano, integró el Rotary Club de Cariló y de Pinamar. Más atrás en el tiempo, fue uno de los fundadores del Rotary Club José C. Paz junto a su amigo César Stafforini hoy radicado en Mar del Plata.

Con su característica voz ronca, uno escuchaba sus historias recogidas en cada puerto del mundo. Marino mercante retirado, conoció cientos de países y comunidades. Vivió la guerra de Malvinas de cerca, solía recordar, porque al momento de la contienda estaba embarcado junto a su familia en un buque mercante que hacía inteligencia alrededor de la isla Ascensión. La causa Malvinas, como a muchos, lo marcó tanto que fue uno de los promotores del homenaje a los marinos mercantes caídos, con la colocación de una placa en la Plaza 2 de Abril de Ostende.

A metros de su casa, en Mar de Ostende, fue el impulsor de una plazoleta para recordar al Gral. Manuel Belgrano, artífice de la Escuela Nacional de Náutica, y así a los héroes de Malvinas. Todos los años, junto a los marinos mercantes de Pinamar, hacían mejoras en ese pequeño espacio para rendir el merecido homenaje a aquellos que dejaron su vida en las islas.

Nunca aflojaba. Pasando los 80 años decidió comenzar a estudiar abogacía en la UADE. Con buenas notas, fue reconocido por las autoridades de la casa de estudios como ejemplo para las futuras generaciones, por ser un buen compañero, solidario, pero por sobre todo una persona voluntariosa capaz de llegar lejos sin importar la edad.

Aparte tenía su pinta. Solía ponerse una gorra negra, bien de capitán que le hacía juego con la blanca barba candado. Le faltaba la pipa y era igual a aquellos personajes de las películas que se paseaban en las fondas portuarias. Él se divertía con esas comparaciones, y automáticamente afloraba en él una historia de algún puerto que cierta vez tocó.

Enfermo de All Boys, estaba pendiente de todo lo que le pasaba a su club de Floresta. El año pasado le comenté que el albo vendría a Pinamar a hacerla pretemporada, y se puso como loco. Ya quería ir a visitar a la delegación que paraba en un hotel céntrico para  que le firmaran una camiseta, un banderín, tener una foto con los jugadores… Un fanático como pocos.

Un día lo encontré bajoneado. Me contó que esa maldita enfermedad lo había desestabilizado. Pero que igual no iba a aflojar. Solía verlo en el centro de Pinamar junto a su hija Marina haciendo compras o almorzando.

Recuerdo que en noviembre de 2018 lo entrevisté porque quería tener la palabra de un experto en náutica respecto al descubrimiento de los restos del ARA San Juan. Fue la última nota que le hice.

Hace poco el barco de la vida, su navío, zarpó para no volver. Tenía 85 años. José Luis Zerrizuela seguramente estará junto a su amada Ángela Scornavacca tocando todos los puertos del cielo al son de una suave música italiana. Su preferida…

18/02/2020