Se vino a Pinamar desde Pontevedra, buscando nuevos desafíos. Acá se enamoró del color verde en todo sentido. No solo del bosque pinamarense, sino de un club social y deportivo que peleaba por no desaparecer. Y él se animó, se metió y así fue transformando al Deportivo Pinamar en su segunda casa.

Muchos le decían “no pongas plata, no la vas a recuperar.” Y era porque él, en forma totalmente desinteresada, sacaba del bolsillo para esto, para aquello. “Lo hago por los pibes” solía responder. Y era feliz, porque con esos gestos mandaba mensajes a la sociedad. Mensajes claros de solidaridad, de amor por el otro, de respeto y de compromiso.

Un tipo bueno.

Su negocio sobre la avenida Constitución, Autoservicio El Sol, era un mojón para todo aquel que quisiera verlo en acción. Allí hablaba con todos, los que preguntaban precios o por un producto y los que buscaban una opinión sobre algún tema de la comunidad. Le encantaba hacer sociales. Y cuando la economía no le sonreía, le hacía frente como los mejores.

Recuerdo aquel febrero de 2016 cuando los medios nacionales lo pusieron allá arriba como el empresario distinto que no estaba de acuerdo con los precios de los poderosos. Y su decisión tuvo tanto eco que fueron cientos, miles como él que hicieron lo mismo. “Por respeto al cliente y a nosotros mismos” supo decir una vez. Un tipo digno y solidario con la gente común.

Fue concejal también, durante los años 2011 y 2015. Tuvo que tomar decisiones difíciles, pero también supo consensuar, discutir y acordar temas que quizás en otros tiempos hubieran sido imposibles ante un Pinamar inestable. Y fue digna también su labor parlamentaria.

Como hombre inquieto que era, salió de concejal y se puso de lleno a trabajar por DiabetPin, la entidad dedicada a la atención y contención al diabético, creada por la recordada Dra. Fanny Navarro. Logró presentar el proyecto con su gente, para participar en el Presupuesto Participativo. Y lo ganó. Hoy el edificio está funcionando, incluso con un banco de medicamentos.

¿Algo más?

Cada año, cuando llega el Día del Niño, es el primero en colaborar con lo que sea. Pone en condiciones el club Pinamar para que allí se arme una fiesta popular. Nadie me lo dijo. Lo vi yo pintando, barriendo, limpiando todo para dejar todo perfecto. ¿Hay que arreglar los vestuarios? Ahí estaba. ¿Hay que recuperar el salón restaurante? Firme en el lugar. ¿El techo del gimnasio se llueve? A buscar a la gente para repararlo.

Ni un minuto se detenía.

Ni hablar cuando su querido “Pina” jugaba de local en el Polideportivo. En el buffet vendía todo, choris, hamburguesas, lo que había. Se ponía al lado de la parrilla y, como presidente del club, era el primer asador. ¿Faltaban choris? Andá a buscar más. ¿Nos quedamos sin gaseosas? Traete varias botellas. Y así era. La Verde Locura, la hinchada del Pina, estará siempre agradecida. ¿La bandera gigante? Y sí, algo tuvo que ver también…

Tanto laburo un día el corazón le dio un aviso. Internado de urgencia, la comunidad toda se solidarizó con él y su familia. Ger, Patricio, Jime, Sandra, la chiquitina del abu. Todos de fierro para pasar el mal trago. Y salió adelante con más fuerza que nunca.

“Vamos a festejar el 25 en el club” me dijo en mayo. Y me invitó para celebrar el Día de la Patria. Una persona jovial y siempre feliz. ¡Ni te cuento cuando salió campeón su Racing! Era respetuoso hasta para las chanzas, siendo yo de Independiente.

Algo pasó que el barba lo llamó. Porque mirá que el tipo era muy lindo y valioso para estar en este lado del mostrador. Y llevarlo así…

Eso era. Un tipo bueno. Juan Ramón Ocampo. Juancito. Te vamos a extrañar inmensamente…