Pinamar (Por Sergio Michnowicz).-Era uno de esos folkloristas distintos a los que uno estaba habituado a tratar. Porque tenía una voz potente, firme, hermosa, que cantaba temas propios y de otros autores que muchas veces le pedían el favor para difundirlos en cuanto festival se presentara.

Sencillo, vino hace unos cuantos años del paisito oriental, cruzando el charco, para estos lares. Como miles de sus compatriotas uruguayos que, buscando un mejor porvenir, dejaron todo allá para afincarse en nuestro suelo. Pero nunca olvidó su terruño.

Y se instaló en Ostende, su lugar en el mundo, para hacer lo que sea. Su canto, su guitarra y su estilo de interpretación lo llevaron a cientos de festivales, peñas, fiestas populares de aquí y de allá, acá en el barrio y en otras ciudades o provincias. Fue reconocido con el aplauso en cuanto encuentro folklórico dijo presente, y acá era habitué del Mes de la Música Pinamar, de los Encuentros de Arte, Músicay Poesías en el Hotel Playas, de la Fiesta Internacional del Folklore, del Festival de Coplas Madariaguenses, Folklore en los Barrios, Fiesta Nacional del Gaucho…

La lista es muy larga.

Pero también, sabedor él, que la necesidad tiene cara de hereje, supo dar una mano en cuanta peña solidaria se lo invitara, para juntar plata para una escuela, una familia en riesgo, una persona sin tratamiento médico. Ahí estaba, con su guitarra en mano para lo que guste mandar.

Y nunca paró de trabajar. Con su chatita cargada de hierros viejos, cartones y otros elementos recuperados, iba de un lado a otro del pueblo juntando aquello que la gente le preparaba. Uno de sus clientes era mi viejo, que siempre lo recibía con cosas que no usaba de su tallercito y él le traía otras que le servían para seguir reparando amortiguadores…

Tuvo muchos amigos de fierro, de aquellos que poco se ven. Compinches en todo hasta en la música, como el “Chueco” Roberto Pérez con quien recorrió distintos escenarios y hasta tocaron en vivo en un programa de TV que hice hace muchos años.

Sufrió un duro golpe al perder a su hija Rocío, algo que nunca pudo superar. Siempre que podía la nombraba, y recordada en rueda de amigos. Era su locura, su amor incondicional, su todo.

Qué vida sacrificada tuvo este oriental tuyusero…

Y un día, su canto quedó dormido para viajar por otros rumbos y tener otros reencuentros. El 15 de noviembre había cumplido 73 años, y hoy Julio César Pagua está junto a su compadre Roberto Pérez y a Rubén González, otro virtuoso de la guitarra que se nos adelantó hace un año. Quizás los tres ya deben estar calentando el escenario celestial para el delirio de los querubines, donde la música nuestra vuelve a estar de fiesta.

¡Gracias Julio por tu amistad! Hasta el reencuentro junto al Barba.